martes, 6 de mayo de 2014

CONCURSO DE COCA-COLA DE RELATO CORTO

CONCURSO DE RELATO CORTO DE COCA-COLA 



Con motivo de la edición en este curso de 2013-14 del "Concurso de relato corto" organizado por la marca Coca-Cola, algunos alumnos del IES Juan Rubio Ortiz de Macael (Almería) se han convertido en escritores por un día. Por ahora, y hasta conocer el ganador de la fase provincial, el resultado de la fase escolar nos ha dejado un buen sabor de boca: tres relatos cortos tan diversos como maravillosos, que a continuación mostramos. 





CAUSALIDADES

    Una fría y oscura noche de invierno caminaba sin rumbo sobre la nieve ya casi derretida. Un paisaje nublado se extendía bajo la montaña en la que me encontraba. Estaba sentada sobre una gran piedra pensando, cuando noté un roce frío sobre mi espalda deslizándose lentamente hacia ambos lados. Me giré con sobresalto. Para mi sorpresa, era una ramita del roble bajo el que me senté. Mi mente no paraba de darle vueltas al asunto ocurrido, así que decidí volver a casa.
    Cogí mi trineo y me deslicé ladera abajo. Cuando volví, caminé en penumbra intentando alumbrarme con la luz del móvil que llevaba entre mis manos. Algo vi brillar y paré en seco: era un pequeño cofre de metal en el que se podía leer “Lucy”. No me lo pensé ni dos segundos: cogí esa maravilla y me la llevé a casa. Llegué y subí rápidamente a mi cuarto, donde inspeccioné el pequeño cofre. Pertenecía a una niña llamada Lucy. En su interior, encontré una pequeña hojita amarillenta. Se trataba de una bonita carta de amor que leí antes de acostarme. Decidí que debía encontrar a esa niña y hablar sobre el tema.
    A la mañana siguiente, busqué todos los datos posibles para ponerme en contacto con ella. La encontré a dos manzanas de mi casa. Llegó el día en que iba a conocerla. Toqué varias veces a la puerta. Mi corazón se iba acelerando milésima a milésima, millones de pensamientos circulaban por mi mente, mis manos, temblorosas y frías, guardaban aquel pequeño tesoro encontrado. La puerta se deslizó y una niña de grandes ojos verdes y pelo rubio como el oro me recibió con una sonrisa. Al instante supe que era ella. Hablamos hasta las tantas de la noche y me explicó la historia de aquella bonita carta de amor. Pasaron los años, crecimos y nos hicimos grandes amigas.
    Una soleada tarde de marzo, tocaron a la puerta. Mi amiga y yo bajamos rápidamente la escalera. Al abrir la puerta, apareció un joven y atractivo muchacho. Tras una tarde de charla, confesó que era él quien había escrito aquella carta. Volvió del extranjero para decirle lo que sentía por ella. Le pidió que fueran novios y mi amiga aceptó. Meses después yo comencé otra relación. A principios del verano, mi grupo y yo fuimos de excursión. La tarde transcurrió mientras merendamos en una bonita pradera plagada de verde hierba y salpicada de preciosas flores. Siempre recordaremos aquellos momentos.

María Cruz Ramos, 2º ESO A



SHEILA Y EL BOSQUE ESCONDIDO

    Había una vez, hace muchos años, en un pequeño poblado, una simpática niña llamada Sheila. Tenía ocho años y una imaginación inesperada para una chica de su edad. A Sheila le encantaba jugar al escondite con sus amigos en el bosque, pero un día se alejó demasiado de ellos y se perdió. Ella no tenía miedo, pero sí mucha curiosidad por saber qué había en lo profundo del gran bosque. Siguió andando y vio varios animalillos muy graciosos y unos árboles cada vez más altos y frondosos. Al cabo de una media hora andando, encontró unas cataratas que dejaban caer su limpia y transparente agua en un pequeño lago, donde se veía beber a varios ciervos. Sheila se quedó asombrada al observar este hermoso paisaje. Había un largo y grueso tronco que hacía de puente hacia el interior de las cataratas. No dudó en atravesarlo y al fondo pudo apreciar una gran piedra en la que se podía ver claramente un mensaje inscrito con unos raros símbolos que ella desconocía.
Se llevó un gran susto cuando, al rozar suavemente la gran piedra, se abrió dando lugar a un misterioso pasillo que llevaba a un extraño lugar aún más asombroso que el paisaje que observó unos segundos antes. El extraño lugar parecía un bosque, pero había unos animales muy extraños; nunca los había visto y tampoco había escuchado hablar de ellos. Los árboles eran enormes y parecía que se movían cuando pasaba alguien por su lado. Sheila se quedó inmóvil. De repente, un pequeño gnomo se asomó por detrás de un árbol para ver quién había entrado en aquel maravilloso bosque. La niña lo vio y se acercó para preguntarle sobre el lugar y sobre los extraños seres que lo habitaban; pero el pequeño gnomo huyó asustado a avisar a sus compañeros de que un humano había entrado en el bosque.
Sheila comenzó a andar por el excepcional lugar y a mirar a las raras criaturas que la observaban escondidas entre los enormes árboles y arbustos. Al fin, los gnomos se acercaron a ella y le preguntaron quién era y qué quería de ellos y de su bosque. Sheila no podía creer lo que estaba pasando; no obstante, rápidamente les contestó diciéndoles cómo se llamaba y que se había perdido en el bosque jugando al escondite. Los gnomos al principio no se fiaban de ella, aunque luego pensaron que era solo una joven muchacha, y que no les podía hacer nada malo. Los duendes le preguntaron cómo había encontrado su magnífico bosque, y ella les dijo que encontró un pequeño hueco entre las aguas de la cascada y que, como le gustaba tanto explorar lugares desconocidos, se adentró en él.
    Los gnomos le contaron que hace varios siglos el bosque escondido era mucho más grande y que había muchos animales mágicos en este. Lo malo es que los humanos eran muy envidiosos y querían apoderarse del bosque y hacer esclavos a los seres que vivían en él. Finalmente, los humanos terminaron por apoderarse de la mayor parte del bosque e hicieron desaparecer a la mayoría de especies mágicas que vivían en él. Solo una pequeña parte del bosque quedó escondida tras esa cascada y los pocos seres mágicos que quedaban lograron refugiarse allí. Sheila les aseguró que ella no diría nunca nada sobre aquel maravilloso lugar. Los geniecillos la creyeron y le dijeron que podía ir siempre que quisiera, pero con la condición de que se asegurara siempre de que no la seguía nadie.
    A partir de ese día, la chica iba todas las tardes, segura de que no la veía nadie, al bosque escondido y les contaba a sus nuevos conocidos, hadas y demás seres mágicos que vivían allí magníficas historias de aventuras. Ellos, le enseñaban cómo vivían y cómo se divertían en su pequeño paraíso. Poco a poco se fueron haciendo grandes amigos.
Los años pasaban y Sheila seguía acudiendo al bosque escondido cada tarde. Un día les preguntó a sus amigos gnomos si se podía llevar a un amigo, Peter, un chico que vivía en su poblado y con el que, desde pequeños, se llevaba muy bien. Últimamente, ambos notaban que algo especial les estaba sucediendo. Los elfos no sabían si dejar que Sheila se llevase a alguien más, pero finalmente decidieron que sí, ya que ella insistió y les prometió que él guardaría su secreto al igual que ella lo llevaba haciendo durante tanto tiempo. Cuando Sheila le dijo a Peter que lo llevaría a un sitio muy especial con la condición de que guardase su secreto, él aceptó sin pensarlo dos veces. Esa misma tarde ambos emprendieron rumbo hacia la cascada. Una vez allí, atravesaron sus aguas y entraron en el bosque escondido.
    Peter se sorprendió mucho al descubrir que el lugar era mucho mejor de lo que se imaginaba, y los seres que lo habitaban eran tan maravillosos como este. Los gnomos recibieron a Peter con mucho entusiasmo, estaban seguros de que guardaría su secreto, y así lo hizo. Ahora no era solamente Sheila la que iba todas las tardes a visitar a sus amigos del bosque encantado, sino que Peter también lo hacía todos los días después de esa tarde.
    Los dos jóvenes cada día sentían que estaban más enamorados, y no solo ellos se daban cuenta: cada vez que estaban juntos, aparecía un brillo en sus ojos y todos los seres del bosque también lo notaban. Al cabo de poco tiempo, Sheila y Peter no pudieron ocultar más su amor y se casaron en el bosque escondido. Todos los habitantes de este lugar prepararon una gran ceremonia y allí se casaron y fueron felices para siempre en su pequeño reino secreto.



26-6-1966

         Nunca olvidaré aquella fecha -1966-, el día en que los pensamientos más oscuros y recovecos de mi ser salieron a la luz.
         Era por la noche, cuando en las calles solo se escuchaba el maullido solitario de ese gato negro. El viento azotaba con fuerza y el tejado producía aullidos de dolor. Uno de esos grandes azotes me despertó estrepitosamente. Lo primero que vi fue aquel reloj -que marcaba las 3:13 de la madrugada- que brillaba en la oscuridad. Miré hacia la ventana, que arrojaba un pequeño rayo de luz a la habitación, y algo me empujó a asomarme por ella y abrirla hasta llegar al balcón. Las calles estaban cubiertas de un manto blanco y el cielo desprendía suaves copos sobre las casas y los árboles. Estaba medio dormida, un tanto sonámbula, pero debía potenciar todas las ideas que me vinieran a la cabeza. Crucé todo el pasillo, a oscuras, y pasé por mi habitación de escritura en la que estaban todos los papeles repartidos por toda la mesa y la máquina de escribir con una frase a medio acabar. Llegué a la entrada principal en la que se hallaban mis botas de nieve y mi abrigo. Entonces salí a la calle a pensar cómo terminar mi libro.
         De pronto, divisé una figura negra entre la penumbra. No sé ni qué era eso, pero me causaba un pavor estrepitoso. Sus ojos rojos me miraban mientras su negro cabello ondeaba al viento con esa larga gabardina que le llegaba a los tobillos. Mi corazón latía fuertemente y me quedé paralizada sin saber qué hacer. Un cuchillo asomaba por su lateral izquierdo, bañado en sangre, que caía gota a gota hasta que formó un charco en la blanca nieve. De repente, las hojas brillaron más, avanzó un paso y mi corazón seguía latiendo. De pronto echó a correr y el pavor que sentía en ese momento era indescriptible. Solo estaba a unos pocos metros cuando se abalanzó sobre mí y... Ya no recuerdo más. No sé si era humano, lo único que sé es que me desperté en la camilla de un hospital mientras que acababa las últimas líneas de mi relato en el límite entre la vida y la muerte.
         He utilizado las pocas fuerzas que me quedaban para terminar este relato. El chirriar de la ventana se hace cada vez más fuerte y la vista se me nubla poco a poco. Ahora recuerdo esa frase antes de mi encuentro real o fantasmal: “Solo hay algo más bonito que la muerte: ver cómo se desvanece tu vida poco a poco”.
26-6-1966, día de la defunción.

NEREA MARTÍNEZ MENA 2º ESO B
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario