Con
motivo de la edición en este curso de 2013-14 del "Concurso de relato
corto" organizado por la marca Coca-Cola, algunos alumnos del IES Juan
Rubio Ortiz de Macael (Almería) se han convertido en escritores por un
día. Por ahora, y hasta conocer el ganador de la fase provincial, el
resultado de la fase escolar nos ha dejado un buen sabor de boca: tres
relatos cortos tan diversos como maravillosos, que a continuación
mostramos.
CAUSALIDADES
Una
fría y oscura noche de invierno caminaba sin rumbo sobre la nieve ya
casi derretida. Un paisaje nublado se extendía bajo la montaña en
la que me encontraba. Estaba sentada sobre una gran piedra pensando,
cuando noté un roce frío sobre mi espalda deslizándose lentamente
hacia ambos lados. Me giré con sobresalto. Para mi sorpresa, era una
ramita del roble bajo el que me senté. Mi mente no paraba de darle
vueltas al asunto ocurrido, así que decidí volver a casa.
Cogí
mi trineo y me deslicé ladera abajo. Cuando volví, caminé en
penumbra intentando alumbrarme con la luz del móvil que llevaba
entre mis manos. Algo vi brillar y paré en seco: era un pequeño
cofre de metal en el que se podía leer “Lucy”. No me lo pensé
ni dos segundos: cogí esa maravilla y me la llevé a casa. Llegué y
subí rápidamente a mi cuarto, donde inspeccioné el pequeño cofre.
Pertenecía a una niña llamada Lucy. En su interior, encontré una
pequeña hojita amarillenta. Se trataba de una bonita carta de amor
que leí antes de acostarme. Decidí que debía encontrar a esa niña
y hablar sobre el tema.
A
la mañana siguiente, busqué todos los datos posibles para ponerme
en contacto con ella. La encontré a dos manzanas de mi casa. Llegó
el día en que iba a conocerla. Toqué varias veces a la puerta. Mi
corazón se iba acelerando milésima a milésima, millones de
pensamientos circulaban por mi mente, mis manos, temblorosas y frías,
guardaban aquel pequeño tesoro encontrado. La puerta se deslizó y
una niña de grandes ojos verdes y pelo rubio como el oro me recibió
con una sonrisa. Al instante supe que era ella. Hablamos hasta las
tantas de la noche y me explicó la historia de aquella bonita carta
de amor. Pasaron los años, crecimos y nos hicimos grandes amigas.
Una
soleada tarde de marzo, tocaron a la puerta. Mi amiga y yo bajamos
rápidamente la escalera. Al abrir la puerta, apareció un joven y
atractivo muchacho. Tras una tarde de charla, confesó que era él
quien había escrito aquella carta. Volvió del extranjero para
decirle lo que sentía por ella. Le pidió que fueran novios y mi
amiga aceptó. Meses después yo comencé otra relación. A
principios del verano, mi grupo y yo fuimos de excursión. La tarde
transcurrió mientras merendamos en una bonita pradera plagada de
verde hierba y salpicada de preciosas flores. Siempre recordaremos
aquellos momentos.
María
Cruz Ramos, 2º ESO A
SHEILA
Y EL BOSQUE ESCONDIDO
Había
una vez, hace muchos años, en un pequeño poblado, una simpática
niña llamada Sheila. Tenía ocho años y una imaginación inesperada
para una chica de su edad. A Sheila le encantaba jugar al escondite
con sus amigos en el bosque, pero un día se alejó demasiado de
ellos y se perdió. Ella no tenía miedo, pero sí mucha curiosidad
por saber qué había en lo profundo del gran bosque. Siguió andando
y vio varios animalillos muy graciosos y unos árboles cada vez más
altos y frondosos. Al cabo de una media hora andando, encontró unas
cataratas que dejaban caer su limpia y transparente agua en un
pequeño lago, donde se veía beber a varios ciervos. Sheila se quedó
asombrada al observar este hermoso paisaje. Había un largo y grueso
tronco que hacía de puente hacia el interior de las cataratas. No
dudó en atravesarlo y al fondo pudo apreciar una gran piedra en la
que se podía ver claramente un mensaje inscrito con unos raros
símbolos que ella desconocía.
Se llevó un gran susto
cuando, al rozar suavemente la gran piedra, se abrió dando lugar a
un misterioso pasillo que llevaba a un extraño lugar aún más
asombroso que el paisaje que observó unos segundos antes. El extraño
lugar parecía un bosque, pero había unos animales muy extraños;
nunca los había visto y tampoco había escuchado hablar de ellos.
Los árboles eran enormes y parecía que se movían cuando pasaba
alguien por su lado. Sheila se quedó inmóvil. De repente, un
pequeño gnomo se asomó por detrás de un árbol para ver quién
había entrado en aquel maravilloso bosque. La niña lo vio y se
acercó para preguntarle sobre el lugar y sobre los extraños seres
que lo habitaban; pero el pequeño gnomo huyó asustado a avisar a
sus compañeros de que un humano había entrado en el bosque.
Sheila comenzó a andar por
el excepcional lugar y a mirar a las raras criaturas que la
observaban escondidas entre los enormes árboles y arbustos. Al fin,
los gnomos se acercaron a ella y le preguntaron quién era y qué
quería de ellos y de su bosque. Sheila no podía creer lo que estaba
pasando; no obstante, rápidamente les contestó diciéndoles cómo
se llamaba y que se había perdido en el bosque jugando al escondite.
Los gnomos al principio no se fiaban de ella, aunque luego pensaron
que era solo una joven muchacha, y que no les podía hacer nada malo.
Los duendes le preguntaron cómo había encontrado su magnífico
bosque, y ella les dijo que encontró un pequeño hueco entre las
aguas de la cascada y que, como le gustaba tanto explorar lugares
desconocidos, se adentró en él.
Los
gnomos le contaron que hace varios siglos el bosque escondido era
mucho más grande y que había muchos animales mágicos en este. Lo
malo es que los humanos eran muy envidiosos y querían apoderarse del
bosque y hacer esclavos a los seres que vivían en él. Finalmente,
los humanos terminaron por apoderarse de la mayor parte del bosque e
hicieron desaparecer a la mayoría de especies mágicas que vivían
en él. Solo una pequeña parte del bosque quedó escondida tras esa
cascada y los pocos seres mágicos que quedaban lograron refugiarse
allí. Sheila les aseguró que ella no diría nunca nada sobre aquel
maravilloso lugar. Los geniecillos la creyeron y le dijeron que podía
ir siempre que quisiera, pero con la condición de que se asegurara
siempre de que no la seguía nadie.
A
partir de ese día, la chica iba todas las tardes, segura de que no
la veía nadie, al bosque escondido y les contaba a sus nuevos
conocidos, hadas y demás seres mágicos que vivían allí magníficas
historias de aventuras. Ellos, le enseñaban cómo vivían y cómo se
divertían en su pequeño paraíso. Poco a poco se fueron haciendo
grandes amigos.
Los
años pasaban y Sheila seguía acudiendo al bosque escondido cada
tarde. Un día les preguntó a sus amigos gnomos si se podía llevar
a un amigo, Peter, un chico que vivía en su poblado y con el que,
desde pequeños, se llevaba muy bien. Últimamente, ambos notaban que
algo especial les estaba sucediendo. Los elfos no sabían si dejar
que Sheila se llevase a alguien más, pero finalmente decidieron que
sí, ya que ella insistió y les prometió que él guardaría su
secreto al igual que ella lo llevaba haciendo durante tanto tiempo.
Cuando Sheila le dijo a Peter que lo llevaría a un sitio muy
especial con la condición de que guardase su secreto, él aceptó
sin pensarlo dos veces. Esa misma tarde ambos emprendieron rumbo
hacia la cascada. Una vez allí, atravesaron sus aguas y entraron en
el bosque escondido.
Peter
se sorprendió mucho al descubrir que el lugar era mucho mejor de lo
que se imaginaba, y los seres que lo habitaban eran tan maravillosos
como este. Los gnomos recibieron a Peter con mucho entusiasmo,
estaban seguros de que guardaría su secreto, y así lo hizo. Ahora
no era solamente Sheila la que iba todas las tardes a visitar a sus
amigos del bosque encantado, sino que Peter también lo hacía todos
los días después de esa tarde.
Los
dos jóvenes cada día sentían que estaban más enamorados, y no
solo ellos se daban cuenta: cada vez que estaban juntos, aparecía un
brillo en sus ojos y todos los seres del bosque también lo notaban.
Al cabo de poco tiempo, Sheila y Peter no pudieron ocultar más su
amor y se casaron en el bosque escondido. Todos los habitantes de
este lugar prepararon una gran ceremonia y allí se casaron y fueron
felices para siempre en su pequeño reino secreto.
26-6-1966
Nunca
olvidaré aquella fecha -1966-, el día en que los pensamientos más oscuros y
recovecos de mi ser salieron a la luz.
Era
por la noche, cuando en las calles solo se escuchaba el maullido solitario de
ese gato negro. El viento azotaba con fuerza y el tejado producía aullidos de
dolor. Uno de esos grandes azotes me despertó estrepitosamente. Lo primero que
vi fue aquel reloj -que marcaba las 3:13 de la madrugada- que brillaba en la
oscuridad. Miré hacia la ventana, que arrojaba un pequeño rayo de luz a la
habitación, y algo me empujó a asomarme por ella y abrirla hasta llegar al
balcón. Las calles estaban cubiertas de un manto blanco y el cielo desprendía
suaves copos sobre las casas y los árboles. Estaba medio dormida, un tanto
sonámbula, pero debía potenciar todas las ideas que me vinieran a la cabeza.
Crucé todo el pasillo, a oscuras, y pasé por mi habitación de escritura en la
que estaban todos los papeles repartidos por toda la mesa y la máquina de
escribir con una frase a medio acabar. Llegué a la entrada principal en la que
se hallaban mis botas de nieve y mi abrigo. Entonces salí a la calle a pensar
cómo terminar mi libro.
De
pronto, divisé una figura negra entre la penumbra. No sé ni qué era eso, pero
me causaba un pavor estrepitoso. Sus ojos rojos me miraban mientras su negro
cabello ondeaba al viento con esa larga gabardina que le llegaba a los
tobillos. Mi corazón latía fuertemente y me quedé paralizada sin saber qué
hacer. Un cuchillo asomaba por su lateral izquierdo, bañado en sangre, que caía
gota a gota hasta que formó un charco en la blanca nieve. De repente, las hojas
brillaron más, avanzó un paso y mi corazón seguía latiendo. De pronto echó a
correr y el pavor que sentía en ese momento era indescriptible. Solo estaba a
unos pocos metros cuando se abalanzó sobre mí y... Ya no recuerdo más. No sé si
era humano, lo único que sé es que me desperté en la camilla de un hospital
mientras que acababa las últimas líneas de mi relato en el límite entre la vida
y la muerte.
He
utilizado las pocas fuerzas que me quedaban para terminar este relato. El
chirriar de la ventana se hace cada vez más fuerte y la vista se me nubla poco
a poco. Ahora recuerdo esa frase antes de mi encuentro real o fantasmal: “Solo
hay algo más bonito que la muerte: ver cómo se desvanece tu vida poco a poco”.
26-6-1966, día de la defunción.
NEREA MARTÍNEZ MENA 2º ESO B
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